Señor de visiones extrañas,
has caÃdo a los arbustos rodeados de agujas venenosas,
veneno que recorre tu sangre dejando canibales a sus paso
alimentando el placentero terror de la mortalidad.
Sin escape ni viaje recurrente al plano elemental,
tus lágrimas se encuentran clavadas en las mejillas y los parpados cosidos, atemorizan a las siguientes gotas a relucir tu rostro para crear unos minis arcoiris de felicidad.
Señor has bailado toda tu vida como un carrusel
cargando en tu espalda a tu propio yo menor,
que te golpea, azota y continua gritando “vamos, más rapido”
pero no existe un punto a donde ir, arriba, abajo y vuelta, olé.
Esa sanidad que se mantenga estable, aquà no pasa nada.