Un café en la mano y la mirada hacia el esclarecer del cielo, las nubes circulando al compás del viento y yo estático, no sé cuantas nubes han pasado ya, pero recuerdo con ternura a los arboles quedándose calvos, mis pies cubiertos de nieve y yo temblando. El maldito café no se acaba, sigue caliente; no me gusta el café, por qué tengo uno en la mano, a lo mejor era para compartirlo o simplemente me querÃa ver interesante con el café y el cigarro, no sé cuantos cigarros me he fumado, estos si se acaban, no como el café. Mi cuerpo no siente nada, en lugar de tabaco estaré fumando marÃa, puede ser, esa debe de ser la razón de que la calidad del sol no manda ningún estimulo a mis terminales o que el cierzo se haga a un lado y decida no tocarme. Mis ojos se han quedado secos por no parpadear, no querÃa que se me perdiera de vista ninguna nube pasajera, y ahora no puedo ver, definitivamente es marÃa. Aunque la verdad no creo, es algo indeterminable, deberÃa de saber la sinrazón de por qué el café no se acaba. Cuantos edificios deshaciéndose en mi mente, en mi imaginación, en mi pasado, son como cataratas chocándose entre si, y me llevan y me arrastran hacÃa lugares donde sigo de pie viendo pasar las nubes. Estoy definitivamente indeterminable.